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Anterior:6.2 No puedo ayudar a todos; ¿dónde está el límite? ¿Qué es la caridad? ¿Cuánto debería dar? ¿Por qué la Iglesia es tan rica? ¿Mi dinero está bien usado? ¿Y si soy pobre?
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6.3 No podemos acoger a todos los inmigrantes, ¿o sí? ¿No es mejor enviarlos de vuelta y ayudarlos allí? ¿No deberíamos más bien buscar soluciones a largo plazo?

Pobreza y solidaridad - #YniGOD

La inmigración no es un fenómeno nuevo; la mayoría de nuestras poblaciones modernas tienen su origen en la inmigración (Lev 19:34). La solidaridad con los necesitados y el respeto a la dignidad humana son principios cristianos muy importantes. Es estupendo si puedes ayudar a las personas en su país de origen, pero ¿lo haces por auténtico amor o porque quieres evitar que vengan a tu país? Muchos refugiados dependen de nuestra hospitalidad.

Si bien es cierto que debemos buscar soluciones a largo plazo, no podemos dejar que las personas se ahoguen en el mar o sean víctimas de la delincuencia. Es necesario discernir para encontrar las mejores soluciones. La discriminación está mal: no sólo debemos ayudar a quienes pueden sernos útiles, sino que lo cristiano es encontrar la mejor manera de asistir a todos los que necesitan nuestra ayuda. 

Acoger a los extranjeros es un deber cristiano. Como también lo es ayudar a las personas allí donde están, lejos o cerca. La búsqueda de soluciones a largo plazo no debe impedirnos ayudar ahora.
La sabiduría de la Iglesia

¿Cuál es la raíz de la dignidad de la persona humana?

La dignidad de la persona humana está arraigada en su creación a imagen y semejanza de Dios. Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y de voluntad libre, la persona humana está ordenada a Dios y llamada, con alma y cuerpo, a la bienaventuranza eterna [CCIC 358].

Esto es lo que dicen los Papas

El proceso de globalización puede constituir una oportunidad... si la repartición desigual de los recursos mundiales provoca una nueva conciencia de la necesaria solidaridad que debe unir a la familia humana... La Iglesia... trabaja para que se respete la dignidad de toda persona, para que el inmigrante sea acogido como hermano y para que toda la humanidad forme una familia unida [Papa Juan Pablo II, La jornada mundial del emigrante, 2000, 4-5].